¿Te ha pasado alguna vez eso de enterarte de que se ha lanzado un negocio que ya se te había ocurrido a ti anteriormente pero que no te habías decidido a ponerlo en marcha?
Muchas veces se dan estas situaciones y el motivo de que esto ocurra es la indecisión y la falta de confianza que nos bloquea y nos hace pensar que esa idea no tiene futuro.
Todo esto está relacionado con la cantidad de estímulos negativos que recibimos a lo largo de nuestra vida. Según una investigación realizada por Jack Canfield, solo el 15% de los estímulos que recibimos diariamente en nuestra niñez son estímulos positivos. Por lo tanto, se puede decir que recibimos muchísimos más noes que síes durante nuestra vida.
Conforme vamos creciendo, esos estímulos van influyendo en nuestra personalidad; de modo que, poco a poco, nos vamos convirtiendo en personas con más miedos, dudas y aferrados a falsas certidumbres. “No puedo”, “No tengo tiempo”, “No tengo dinero”, “No estoy seguro”… son algunas de las excusas que nos ponemos cuando somos adultos para no emprender.
Por todo esto, es importante ser como niños a la hora de llevar a cabo una idea de negocio. Los niños no tienen miedo, tiene más confianza en sí mismo y no se deja influenciar tanto como un adulto. No se trata de que renunciemos a la responsabilidad, la mesura y la astucia que adquirimos cuando maduramos, sino que tratemos de tener ese espíritu libre que caracteriza a un niño.
Lo más importante es no olvidarnos de lo que valemos, de lo que podemos llegar a dar y, sobre todo, creer en nuestra idea. Si no creemos nosotros mismos en nuestra idea, ¿quién va a creer?
Asume riesgos. Vive con intensidad lo que haces. La mejor edad para emprender es aquella en la que puedas ser como un niño.